La Guerra Civil española provocó el exilio, muerte y censura
de muchos autores célebres de la época. En el bando republicano se desarrollaba
el teatro de la Guerrilla fomentado por autores como Alberti o Miguel
Hernández, que buscaban un teatro propagandístico, de humor, con exaltación del
combate. Sin embargo, en la zona nacional se desarrollaba el teatro de la
falange, que además de ser propagandístico ofrecía daramas y zarzuelas, en
manos de autores como Luca de Tena.
Durante los años 40 y 50 se desarrolla un teatro arraigado a
las tendencias originales, pero que se encamina hacia la búsqueda de lo
existencial. En esta época el teatro tuvo que esquivar una censura que desvió
su camino hacia la búsqueda del humor, la representación ideológica en la
escena, y la creación de representaciones convencionales y evasivas que
provocaban la risa fácil, como por ejemplo, las farsas de Muñoz Seca. En esta
época se desarrollo el teatro de exilio con estilo renovador y poco influyente,
fomentado por varios autores. Uno de ellos fue Max Aub, que presentaba temas de
guerra y libertad, sin aescenario, y con obras más cercanas a la
narrativa, por ejemplo: Cara o cruz.
En este ámbito también destaca Alberti, que busca sus raíces mediante la lírica
y el teatro, y además escribe: La gallarda noche de guerra en el Museo del
Prado, Por otro lado se encuentra Pedro Salinas, que con diálogo y sin
acción, realiza obras, como El Director, orientadas a la lectura; o,
Alejandro Casona, que fomenta obras de evasión, como: La Dama de Alba.
En estos años también se podía hacer una diferenciación entre el teatro de
vencedores, basado en la comedia burguesa sencilla, crítica, humorística e
inquietante; o, el teatro de humor que busca la renovación de la escena con la
risa, los personajes indefinidos, la intriga y lo burlesco para dar otro punto
de vista al pesimismo, junto al choque del individuo con un mundo que no le
deja ser feliz. En estos aspectos, y respectivamente, destacan Jacinto
Benavente con La casa encendida y Jardiel Poncela con Eloísa está debajo de un almendro.
A partir de los años 50 y llegando a los 60 el teatro se
vuelve más realista, teniendo en cuenta que la censura es más leve y el público
universitario demanda mayor realismo social. En el caso de la comedia burguesa,
destaca Alonso Paso con su obra apolítica y humorística, que mezcla la
tragicomedia y la sátira; a diferencia de J.A Millán, que escribe: El
cianuro, ¿sólo o con leche? Por otro lado se sitúa el teatro de protesta y
denuncia, caracterizado por su espíritu inconformista y los complejos espacios
escénicos. En este caso los autores que destacan son Sastre y Buero Vallejo; el
primero de ellos escribe sobre la vida cotidiana realizando una crítica social,
acompañada del decoro de los diálogos, como en su obra: El escudo de la
muerte, y el segundo destaca porque concibe la realidad trágica del hombre,
creando un drama existencial e histórico que va acompañado de un final
intrigante que cura, por supuesto, su obra más célebre es: Historia de una
escalera.
En los años 70 se hacía cada vez más vigente la renovación
dramática de las obras, que se alejan poco a poco del realismo y se aproximan
al simbolismo, en el que el drama debe estar por descifrar y los personajes
deben ser simbólicos con recursos extra-verbales e influencias circenses. La
poesía setentera destaca por el alejamiento del convencionalismo y el público
mayoritario, ya que pretende centrarse en la protesta y la denuncia a la
dictadura, como en Picnic, de Francisco Arrabal. También se darán a conocer
nuevos estilos de teatro, como el teatro independiente fundado por grupos como
Els Joglars y Tábano, que vencían las limitaciones con creaciones colectivas y
popularmente experimentales. Por otro lado, se sitúa el teatro de transición,
que se desarrolla gracias al destape que ofrece la democracia. Haciendo obras
apolíticas de mayor calidad que en algunos casos vuelven a lo tradicional
(Fernando Fernán Gómez) o a las vanguardias (Francisco Nieva); además, los
narradores se sitúan en los escenarios y el texto novelístico se encuentra
adaptado a la escena, situación que puede observarse en obras de Torrente
Ballester o Eduardo Mendoza. Sin embargo, la novísima innovación de la época
fue el teatro de calle.
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